En busca del alma de Nepal: monasterios escondidos y bocados inolvidables entre las cumbres del Himalaya

Luces, incienso y contradicciones: entre Katmandú y las alturas

Katmandú nos recibió con un caos fascinante. Thamel era una feria constante de mochileros buscando sentido entre tazas de chai y tiendas llenas de souvenirs. "Esto tiene más historia que mis grupos de WhatsApp", le dije a Félix mientras contemplábamos el stupa de Boudhanath, hipnotizados por el murmullo de los peregrinos y el aroma a incienso.

Félix se dejaba guiar por el olfato. En Asan Bazaar encontró momos de yak por menos de un euro, y no tardó en soltar su clásico "¡Esto es lo mejor que he probado en mi vida!". Yo, mientras tanto, me debatía entre el encanto y la saturación. Demasiado souvenir, demasiadas fotos que nadie recordará.

Por suerte, el Himalaya nos llamaba. Desde Lukla iniciamos el ascenso a Tengboche, cinco días de caminata, nieve y silencio. En lo alto, los rezos de los monjes y la vista del Everest al amanecer valieron cada ampolla. “Tengo un dato curioso sobre este sitio”, le dije a Félix mientras pisábamos Thame: allí nació Tenzing Norgay. Pero lo mejor fue lo que no contaba ninguna guía: la paz, la ausencia de wifi, el tiempo detenido.

Pensé que venía por los monasterios, pero Nepal me enseó que los recuerdos más valiosos no están en las postales, sino en lo que no se puede contar sin haberlo vivido.

Volvimos a Katmandú al final del viaje. Las calles seguían agitadas, los menús para turistas se acumulaban en los portales y los viajeros hacían cola para una selfie frente a Buda o Shiva. "Este plato es casi tan irresistible como tú", bromeó Félix mientras devoraba un curry de cabra en el restaurante Thakali Bhanchha (unos 5 €, vale cada céntimo). Yo, entre bocado y bocado, me reí con ganas. A veces hay que reírse para no llorar.

Viajar para mí es... una forma de adquirir conocimiento sobre el mundo, de entender el pasado, el presente y el futuro a través de los lugares. Pero también es una forma de confrontar nuestras propias contradicciones. No quiero ser el turista que lo compra todo. Quiero ser el viajero que lo aprende todo. Y si algo me enseñó Nepal es que aún existen rincones donde eso es posible. Solo hay que caminar más allá de lo programado.

“Voy a necesitar otra maleta solo para todos los datos curiosos que he aprendido hoy”, le dije a Félix en el vuelo de regreso. Él me sonrió, sacó su móvil y me mostró una foto de un momo con forma de estrella. "¿Postre? ¿Eso es una pregunta?".

Y así, entre sarcasmos, monasterios y dumplings, entendimos que el mejor viaje es aquel que te obliga a mirarte a ti mismo.