Tailandia: entre templos secretos y linternas al cielo

Chiang Rai fue nuestro punto de partida, pero el verdadero destino era el silencio. Unai encontró una pista casi olvidada en una guía de viajes local sobre Wat Pha Lat, un templo escondido en las montañas de Doi Suthep. Desde el primer momento, supe que no era uno de esos lugares marcados con estrella en Google Maps. Alquilamos una moto por 200 baht diarios y emprendimos la ruta por el Monk’s Trail, rodeados de mariposas, raíces y un olor terroso que te limpia por dentro.

Wat Pha Lat no es un lugar para selfies, es un lugar para quedarse en silencio. Allí, entre estatuas cubiertas de musgo y el murmullo del agua, sentí que el tiempo se suspendía. Medité bajo una cascada, mientras Unai anotaba en su cuaderno cosas como “templos de paso” y “energía invisible”. Habíamos llegado sin guía, sin tour, sin filtro. Era perfecto. Pero lo perfecto dura poco cuando los focos de la modernidad se encienden.

“A veces, encontrar lo que buscas implica perderte un poco en el camino. No todos los templos están en los mapas, ni todas las respuestas brillan como linternas en el cielo.”

Chiang Mai, unos días después, era otra historia. Llegamos en plena víspera del Yi Peng, el famoso Festival de las Linternas. Lo que debía ser una experiencia espiritual de renovación se había convertido en un evento organizado por agencias con entradas de hasta 2.000 baht (50 €). Todo estaba medido: la hora de soltar la linterna, el mejor ángulo para la foto, el menú de la cena. Yo, que había venido a soltar peso emocional, me sentía ahora cargando con otra forma de turismo: la que disfraza lo sagrado con ticket VIP.

Intentamos alejarnos de las multitudes, compramos una linterna a un niño cerca del templo Chedi Luang por 50 baht y la soltamos sin flash, sin pose. Solo nosotros y el viento. Después, escapamos a Pai, una joya escondida entre montañas, con cabañas de bambú por menos de 10 € la noche, arrozales infinitos y un cañón donde el alma se ensancha. Allí recuperamos el ritmo. Lena volvió a ser Lena. Y Unai volvió a ser ese curioso que me hace reír con datos sobre historia y conspiraciones. A veces, solo hay que seguir caminando para volver a encontrarse.