Notificaciones

Lo que empezó como una escapada terminó en casi una boda en Tahití

Dos días entre tatuajes, rituales polinesios y el choque entre el alma libre de Lena y el entusiasmo despreocupado de Pamela, en una isla tan salvaje como contradictoria.

Share:

Todo empezó con un mensaje: "Pam, ¿te vienes a Tahití un finde?". Era Unai, mi compi de aventuras culturales, el chico de los datos curiosos y las playlists imposibles. Yo, obviamente: "¡Sí a todo!". Nunca había estado en un destino tan remoto, y sólo la idea de esas playas, esas flores y esos cielos me hizo llenar la maleta (demasiado). Llevé tres vestidos blancos, por si acaso se alineaban los astros para una sesión al atardecer. Spoiler: se alinearon.

Él venía con su guía de viajes y un objetivo claro: entender la historia profunda de la isla. Yo solo quería dejarme llevar por los colores, el mar y hacer ese tatuaje que llevaba años deseando. Dos estilos, mismo destino.

Cuando aterrizamos en Papeete, el calor nos dio un bofetón (literal). Pero también nos recibió con flores, olor a vainilla y ese aire de película que me hizo sacar la cámara desde el minuto uno. El mercado municipal fue nuestro primer paseo. Unai no paraba de contar historias sobre los navegantes polinesios y yo solo podía pensar: "Espera, en esta foto salgo a contraluz". Ahí empezamos a notar que la isla tiene muchas capas. Algunas muy fotogénicas. Otras, no tanto

Cuando el ritual se nos fue de las manos

En medio de ese caos de souvenirs y humedad, conocimos a Tamatoa, un guía local con cara de saber secretos. Nos ofreció enseñarnos "la otra Tahití", la de verdad. Yo me emocioné con solo pensarlo. Unai quiso preguntar horarios y contexto histórico, pero ya me había subido al jeep. Típico.

Recorrimos la costa este hasta Tautira, y aquello era un sueño: playas salvajes, vegetación a lo Jurassic Park y ni un turista a la vista. Yo no podía parar de hacer fotos, y Unai decía que sentía una paz casi sagrada. Nos llevó a un pequeño poblado donde estaban preparando una ceremonia ancestral. Y ahí pasó lo inesperado: Tamatoa nos preguntó si queríamos participar.

"¿Participar cómo?", preguntó Unai, serio. "Simbólicamente. Como unión de almas viajeras", dijo el guía. Y antes de que pudiera pensar, yo dije: "¡Sí a todo!".

En diez minutos teníamos flores en el pelo, telares atados y una especie de mini ceremonia espiritual frente al mar. Unai estaba más rojo que un coral, pero aguantó con dignidad. Yo lloré. Mucho. No sabía si por la emoción, por el tambor o por el hecho de que, sin querer, acabábamos de "casarnos" simbólicamente.

Dormimos en una cabaña cerca de Teahupo’o, sin Wi-Fi, sin ruido, solo cielo y estrellas. Fue mágico. Unai habló poco esa noche. Yo sólo dije: "Voy a recordar esto toda mi vida". Y él sonrió.

Pensé que si todo salía bonito en las fotos, el viaje sería perfecto… pero Tahití me enseñó que lo más real, lo que de verdad te remueve, no siempre entra en el encuadre.

— Pam, la guía glam

El último día lo dedicamos a cerrar con broche de oro. Yo cumplí mi sueño: me tatué en Manuia Tattoo, en la Rue Colette. El diseño contaba mi paso por la isla, el ritual, el mar... costó 120 €, pero valía cada segundo de aguja. Unai me acompañó en silencio. Se notaba que la experiencia también le había tocado, aunque él lo vivía todo por dentro.

Caminamos por la Avenue du Prince Hinoï. Tiendas carísimas, turistas con collares de conchas y niños jugando con botellas vacías al fondo. Él dijo: "Este lugar tiene más capas que un museo de historia". Yo asentí. Porque es verdad: el paraíso también tiene esquinas rotas.

Y ahí fue cuando, sin decirlo en voz alta, ambos entendimos algo. Yo me sentí pequeña. Como si, en mi búsqueda de la foto perfecta, hubiese pasado por alto una verdad que no cabe en una imagen. Que no todo se puede compartir. Que hay cosas que solo se sienten.

Unai, en cambio, se veía inquieto. Como si esa ceremonia improvisada, ese momento compartido, hubiera removido algo más profundo. Me confesó que a veces, al intentar entenderlo todo, se pierde la magia. Que lo imprevisible también es sabio. Y yo le creí.

¿Recomiendo ir a Tahití en un fin de semana? Sí. Pero no para tacharlo de una lista. ¡Sino para dejar que te sacuda un poco por dentro! Porque entre datos, fotos y rituales que casi nos casan, acabamos descubriendo que el mejor recuerdo fue lo que no planeamos, ni capturamos.

Nuestros NomaGuías te resumen los destacados de esta experiencia viajera

Pam

Top 3: Sitios más instagrameables de Tahití

1. Jardín Botánico Harrison Smith (Papeari)

2. La Pointe Venus (Mahina)

3.Belvedere de Taharaa

Unai

Top 3: Sitios más culturables de Tahití

1. Museo de Tahití y sus Islas (Musée de Tahiti et des Îles – Te Fare Manaha)

2. Marae Arahurahu

3.La Casa de James Norman Hall

3 comments

Elementum ut quam tincidunt egestas vitae elit, hendrerit. Ullamcorper nulla amet lobortis elit, nibh condimentum enim. Aliquam felis nisl tellus sodales lectus dictum tristique proin vitae. Odio fermentum viverra tortor quis reprehenderit in voluptate velit.

Daniel Adams
Daniel Adams
3 days ago

Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit, sed do eiusmod tempor incididunt ut labore et dolore magna aliqua. Ut enim ad minim veniam, quis nostrud exercitation.

Kristin Watsons
Kristin WatsonsAuthor
2 days ago

Sed ut perspiciatis unde omnis iste natus error sit voluptatem accusantium doloremque laudantium, totam rem aperiam, eaque ipsa quae ab illo inventore veritatis et quasi architecto beatae vitae dicta sunt explicabo. Nemo enim ipsam voluptatem quia voluptas sit aspernatur aut odit aut fugit.

Darrel Steward
Darrel Steward
1 week ago

Leave your comment

Please enter your name.
Please provide a valid email address.
Please type your comment.
Top